Lázaro.
No.
Definitivamente ese no fue un día normal de mi vida. Más tarde me di cuenta de
muchas cosas, cosas que antes no valoras, piensas que nunca se van a terminar.
No
tengo muchas ganas de desayunar, me noto raro. No es dolor de barriga, es más
bien” un que no me entra”. Pero voy a hacer un esfuerzo, llevo muchos años
tomando mis pastillas de por la mañana y el médico me dice que no se me pueden
olvidar.
-Adiós
Lázaro- se despide mi hermana desde la puerta-llámame si necesitas algo
-Tranquila,
que no me voy a ir a ningún sitio- le contesto yo desde el sofá de casa, ese
sofá al que hago compañía un montón de horas al día. Pero vaya, hoy estoy
inquieto, no encuentro mi postura y sigo con esa sensación extraña que no me
abandona. Todo va a ser cambiar mi ánimo, a ver si salgo al balcón y el aire en
el rostro me quita esta desazón. Veo pasar los niños al colegio, con su alegría
y vitalidad, dándole patadas a cualquier piedra que se encuentran por el camino. Esa alegría que hace muchos años
que ya no tengo, que me dejé en mi camino desde que este cuerpo mío, empezó a
dar señales otoñales de cansancio y hastío.
No
he mejorado mucho, al revés, estoy empezando a ponerme nervioso, el malestar se
ha convertido en un auténtico remolino dentro de mi pecho, menos mal que pronto
vuelve Blanca, siempre viene a casa a comer y estar un ratito conmigo, a
vigilar que esté bien, que haya hecho todo lo que me tienen dicho y no haga
nada prohibido. A veces hecho mucho de menos ese cigarro que me fumaba a
escondidas en la ventana de la cocina, y que he dejado de hacerlo más por la
presión de mis hermanos que por convicción propia.
-¡Hola!,
ya estoy aquí- saluda desde la puerta, siempre con una entonación amable y
sonriente. Apenas puedo contestar tengo náuseas y pocas ganas de fiesta.
-¿Qué
te pasa?-me pregunta,-no me gusta nada esa cara, estás muy pálido
-No
lo sé, me he levantado con mal cuerpo y tengo como una sensación muy extraña,
no me encuentro bien.
-¿Has
desayunado? sigue interrogándome mi pequeña hermana, cuyo rostro ha mudado a
una expresión entre asustada y preocupada.
-Sí,
y me he tomado mi medicación, pero hoy no voy a comer, no tengo nada de hambre.
-Está
bien, pero te voy a preparar un poco de agua con limón y vamos a llamar a
urgencias, porque tú no estás bien.
No
es necesario que proteste, no hay nada que hacer. Blanca es tan testaruda que
no puedo llevarle la contraria, así que mientras va hacia la cocina yo sigo en
mi sofá, ese sofá que tantas tardes me ha acompañado y ha sido paño de mis lágrimas
silenciosas.
Que
mareo más tonto me ha dado, no entiendo muy bien que pasa, hay cuatro personas
vestidas de amarillo en casa, me están moviendo ellos, me están subiendo a una
camilla, y yo….no puedo hablarles!!!! No puedo, no puedo hacer nada mis labios
no se despegan, mi garganta no emite
ningún sonido. Blanca está llorando, oigo sus gemidos, uno de los hombres de
amarillo le dice que me van a llevar al hospital, que la cosa esta fea, no está
nada claro, no entiendo nada:¡¡eh!! Estoy aquí, por qué no me hacéis caso,
contestadme. Joder, están sordos, están encima de mí y no me escuchan, cables
de colores en mi pecho, un botella de plástico que va hasta mi brazo, palabras
que no puedo entender, caras serias que apenas se mueven mientras sus manos
empaquetan mi cuerpo dentro de una fría sabana. Nada, algo grave me pasa y no
puedo explicarlo, pero ese rictus que tiene el señor del pelo blanco está
asustando mucho a mi hermana, mi pequeña hermana.
¿Me
he dormido? Ni idea, solo sé que estoy en una sala muy blanca, hay mucha luz y
mucha gente a mi alrededor. Esto no es mi casa. Noto paz y tranquilidad. Estas
personas, amarillos, blancos y verdes no me hacen nada. ¿Por qué estoy aquí? No
tengo la más remota idea de cómo he acabado bajo estos focos. Es todo muy
extraño, una mezcla de sopor e
ingravidez, sensaciones que no he tenido nunca, como si por fin vas a hacer ese
viaje que siempre has soñado pero el avión no termina de despegar. A ver si por
fin alguien me dice que va a pasar conmigo. Las caras de las personas que me
rodean no demuestran tensión, al revés, se les ve relajados pero como ausentes.
Son autómatas que están haciendo su trabajo igual que si yo no estuviese aquí.
No consigo ver nada de mí mismo pero no me tengo ningún dolor. Los recuerdos se
agolpan en mi cabeza: me veo corriendo, apenas tengo cinco o seis años, llevo
la mochila a la espalda, oigo los gritos de mi madre a mi espalda” no corras” y
como buena madre que sabe todo lo que va a hacer su hijo me caigo y dejo
maltrechas mis rodillas; mi madre corre a consolarme aunque mi llanto ahora
mismo no tiene consuelo; de pronto estoy en el instituto, bajamos las escaleras
a toda prisa, nuestra risa nos delata, nos la ganamos seguro aunque con un poco
de suerte llegaremos a la calle y nos vamos a librar de la clase de lengua, que
un viernes a última hora es un puñetero tostón; ¿y ahora? Anda, mis primeras
vacaciones , esa puesta de sol que te hace creer que el mundo es maravilloso,
con el sonido de las olas a tu espalda que te mecen en la dulzura del
atardecer, una gran lengua de blanca y fina arena a la que no quieres renunciar
nunca, otro mundo de agua aunque esta vez es liso y plano como un espejo en el
que no dejarías de mirarte y al fin ese maravilloso Sol que con sus rayos
finales mantiene todo mi cuerpo caliente y relajado sin otra preocupación de
volver aquí mañana para repetir el mismo guion que hoy.
Pero…oiga!!!!
¿Cómo que se ha hecho todo lo que se ha podido? ¿De quién están hablando? ¿No
se referirán a mí? Os oigo hablar, que si lo hemos luchado más de media hora,
¿Qué son esas palabrejas que suenan más a alquimistas medievales que a personas
del siglo XXI? Están diciendo que mi familia está ahí fuera, que tienen que
salir a hablar con ellos, a decírselo, ¿Qué le vais a decir? No asustadlos,
ahora cuando pueda hablar ya se lo digo yo, ya no me duele nada, esta sensación
de malestar me ha desaparecido y estoy perfectamente, es más, estoy mejor que
hace mucho tiempo, no recuerdo ni siquiera cuando fue la última vez que tuve
tanta paz en mi cuerpo. Debo de estar ya bien, me han quitado el tubo
trasparente del brazo, ese que si no recuerdo mal ya tenía cuando me sacaron de
casa, y todo lo que había por mi cabeza también ha desaparecido, aunque sigo
sin entender porque no intentan decirme a mí las cosas, imagino que no quieren
que me asuste.
Esto
va peor de lo q yo creo, solo me quedan tres cables sobre mi pecho, tres cables
que me retienen a un pesado aparato, el cual está cerca de mí pero ahora
inerte, apenas emite un ligero zumbido monótono y desalentador. No termino de
creérmelo, no me hacen ni caso, han lavado mi cara y mis manos, y parece que
debe hacer frio, pues me están tapando. A cada minuto que pasa los que están a mí
alrededor van desapareciendo poco a poco. Dos de amarillo ya han marchado y de
los blancos quedan tres o cuatro, uno de ellos escribe en el ordenador con una
velocidad que yo nunca soñé en poder alcanzar, otra chica anda por allí
preguntando quien va a salir. Salir, ¿salir a dónde? Si no puedo ni hablar,
donde voy a ir. He oído el nombre de mi hermana por megafonía, bueno, no voy a
engañar a nadie, más bien lo he sentido. ¿Cómo puedo saber que ella está al
otro lado de este viejo y gris biombo? Me gustaría poder decirle que estoy aquí,
cerca de ella y que pronto volveré a casa, a oír de nuevo sus consejos y a reír
con toda esa lista que va haciendo de todos los caprichos que nos vamos a dar
en los próximos meses.
Oigan,
escúchenme! No soporto esa tela sobre la cara, quitádmela y explicadme que ha
pasado, nunca he sido muy hábil, pero sí lo suficiente inteligente como para
poder aclarar mis ideas y preguntar qué
debo hacer para que no me den más veces esos mareos, yo prometo hacer todo lo
que me digáis, cumpliré al pie de la letra todas vuestras premisas, pero por
favor, necesito mi espacio, me agobio, ¡me agobio!, ufff, intento gritar pero
mis pulmones no exhalan ni un poco de aire, que me está pasando, y esto que me
han puesto sobre la cara es como si fuese una manta de acero, no se separa de
mi boca, estoy fatal, no…no, no puede ser, me han abandonado a mi suerte, no se
dan cuenta de que yo estoy aquí, sigo aquí, no puedo explicarlo, pero yo sigo
aquí.
Ya
han pasado más de veinte minutos desde que me sepultaron bajo esta sabana, que
en otro momento era ligera cual mariposa corre por esos campos verdes por los
que me gusta pasear, pero para mí ahora es un bloque de cemento del que no me
puedo desprender. Y aun así siguen cerca de mí, no se han ido, algo debe pasar
porque no terminan de marcharse. Ya me han tocado el cuello varias veces, cada
vez que se acercan corren esa estúpida puerta que tapa mi cara e inmediatamente
la vuelven a dejar caer sobre mí. Es ahora o nunca, sé que me queda una última
oportunidad. Un escalofrío ha recorrido mi cuerpo, o por lo menos, lo poco que
aun siento de él, y sé que mi hermana, mi pequeña Blanca, sigue rota en
sollozos y preparándose para una noticia que nunca deberían darle. Yo puedo,
debo hacerlo y es mi obligación intentarlo, antes de estas luces brillantes
empiecen a amarillear y se conviertan en la más absoluta oscuridad.
-¡Carlos
ven!- espeta el hombre del pelo blanco con voz autoritaria y rictus tenso.
-Voy
que estoy lavándome las manos-responde
ese compañero de fatigas y vivencias, con tantas noches en vela y
demasiadas muescas en su corazón, aunque
sumará otra más que va a dejar durante
unos días un mal sabor de boca por ese desconocido que no ha podido quedarse
entre nosotros.
-Ven
ya, no tardes y mira- al mismo tiempo que levanta la sabana sobre el cuerpo que
yace sobre esa camilla que tanta sangre ha visto correr, en otras ocasiones, hacia el suelo.
Los
ojos se le salen de las orbitas, solo acierta a mascullar “no es posible, no es
posible” e inmediatamente echa mano a una caja de cartón que hay junto a la
cabecera de la cama.
-¡Dicen
los libros que cuando una persona respira es que está viva! – Carlos
apenas vuelve en sí, ya ha pulsado un
timbre que parece ensordecedor y se vuelve a llenar la sala de gente, todos
corren, otro pregunta que ha pasado, que habéis hecho ¿no habías dicho que
estaba muerto?
¿Muerto?
¿Ha dicho muerto? Algunos profieren blasfemias irrepetibles, otro ha retirado
esa pesada carga que me cubría. Yo nunca he estado muerto, estaba aquí pero
vosotros no os dabais cuenta, yo no me puedo ir así. Mi esfuerzo ha valido la
pena, ahora si me hacen caso, están todos aquí, mi pecho se levanta con fuerza
y todos me miran con la extrañeza del que se asoma a un precipicio del que
imagina que no podrá huir. Mi cabeza sigue confusa, no sé muy bien que me ha
pasado, apenas recuerdo que estaba en mi sofá, ese sobre el que no se si
volveré a tumbarme, ese que ha sido mi fiel compañero en tantas horas de agria
soledad.
Ha
pasado mucha gente, no sé si es de día o es de noche, la quietud ha vuelto
sobre mí, no me duele nada, no siento nada, pero otra vez ese silencio se ha
adueñado de mí. No ha podido ser, mis intentos por comunicarme son en vano,
nada me une ya a este mundo, sé que debo partir, realmente me fui hace muchos
días, cuando mi pequeña Blanca me estaba preparando ese vaso de agua que nunca llegué a tomar.
Todo se acabó allí, lo he entendido, yo ya partí. Mi desgastado cuerpo se
negaba a marchar, aunque todo esfuerzo es ya inútil. Morí en el mismo momento
que dejé de sentir dolor, ese momento en que pasé a ser ligero como el viento
que me daba en la cara cuando podía pasear por el campo, ese campo verde y
agradecido que tanto me gustaba. Ahora he marchado, a otro sitio, un lugar que
no tiene color.
No
sé si me va a gustar pero ya no hay marcha atrás. La luz brillante se apagó, y
voy a un sitio desconocido.
día del libro 2020
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