jueves, 23 de abril de 2020

lázaro




Lázaro.



No. Definitivamente ese no fue un día normal de mi vida. Más tarde me di cuenta de muchas cosas, cosas que antes no valoras, piensas que nunca se van a terminar.

No tengo muchas ganas de desayunar, me noto raro. No es dolor de barriga, es más bien” un que no me entra”. Pero voy a hacer un esfuerzo, llevo muchos años tomando mis pastillas de por la mañana y el médico me dice que no se me pueden olvidar.
-Adiós Lázaro- se despide mi hermana desde la puerta-llámame si necesitas algo
-Tranquila, que no me voy a ir a ningún sitio- le contesto yo desde el sofá de casa, ese sofá al que hago compañía un montón de horas al día. Pero vaya, hoy estoy inquieto, no encuentro mi postura y sigo con esa sensación extraña que no me abandona. Todo va a ser cambiar mi ánimo, a ver si salgo al balcón y el aire en el rostro me quita esta desazón. Veo pasar los niños al colegio, con su alegría y vitalidad, dándole patadas a cualquier piedra que se encuentran por  el camino. Esa alegría que hace muchos años que ya no tengo, que me dejé en mi camino desde que este cuerpo mío, empezó a dar señales otoñales de cansancio y hastío.
No he mejorado mucho, al revés, estoy empezando a ponerme nervioso, el malestar se ha convertido en un auténtico remolino dentro de mi pecho, menos mal que pronto vuelve Blanca, siempre viene a casa a comer y estar un ratito conmigo, a vigilar que esté bien, que haya hecho todo lo que me tienen dicho y no haga nada prohibido. A veces hecho mucho de menos ese cigarro que me fumaba a escondidas en la ventana de la cocina, y que he dejado de hacerlo más por la presión de mis hermanos que por convicción propia.
-¡Hola!, ya estoy aquí- saluda desde la puerta, siempre con una entonación amable y sonriente. Apenas puedo contestar tengo náuseas y pocas ganas de fiesta.
-¿Qué te pasa?-me pregunta,-no me gusta nada esa cara, estás muy pálido
-No lo sé, me he levantado con mal cuerpo y tengo como una sensación muy extraña, no me encuentro bien.
-¿Has desayunado? sigue interrogándome mi pequeña hermana, cuyo rostro ha mudado a una expresión entre asustada y preocupada.
-Sí, y me he tomado mi medicación, pero hoy no voy a comer, no tengo nada de hambre.
-Está bien, pero te voy a preparar un poco de agua con limón y vamos a llamar a urgencias, porque tú no estás bien.
No es necesario que proteste, no hay nada que hacer. Blanca es tan testaruda que no puedo llevarle la contraria, así que mientras va hacia la cocina yo sigo en mi sofá, ese sofá que tantas tardes me ha acompañado y ha sido paño de mis lágrimas silenciosas.


Que mareo más tonto me ha dado, no entiendo muy bien que pasa, hay cuatro personas vestidas de amarillo en casa, me están moviendo ellos, me están subiendo a una camilla, y yo….no puedo hablarles!!!! No puedo, no puedo hacer nada mis labios no se despegan, mi  garganta no emite ningún sonido. Blanca está llorando, oigo sus gemidos, uno de los hombres de amarillo le dice que me van a llevar al hospital, que la cosa esta fea, no está nada claro, no entiendo nada:¡¡eh!! Estoy aquí, por qué no me hacéis caso, contestadme. Joder, están sordos, están encima de mí y no me escuchan, cables de colores en mi pecho, un botella de plástico que va hasta mi brazo, palabras que no puedo entender, caras serias que apenas se mueven mientras sus manos empaquetan mi cuerpo dentro de una fría sabana. Nada, algo grave me pasa y no puedo explicarlo, pero ese rictus que tiene el señor del pelo blanco está asustando mucho a mi hermana, mi pequeña hermana.

¿Me he dormido? Ni idea, solo sé que estoy en una sala muy blanca, hay mucha luz y mucha gente a mi alrededor. Esto no es mi casa. Noto paz y tranquilidad. Estas personas, amarillos, blancos y verdes no me hacen nada. ¿Por qué estoy aquí? No tengo la más remota idea de cómo he acabado bajo estos focos. Es todo muy extraño, una mezcla de sopor  e ingravidez, sensaciones que no he tenido nunca, como si por fin vas a hacer ese viaje que siempre has soñado pero el avión no termina de despegar. A ver si por fin alguien me dice que va a pasar conmigo. Las caras de las personas que me rodean no demuestran tensión, al revés, se les ve relajados pero como ausentes. Son autómatas que están haciendo su trabajo igual que si yo no estuviese aquí. No consigo ver nada de mí mismo pero no me tengo ningún dolor. Los recuerdos se agolpan en mi cabeza: me veo corriendo, apenas tengo cinco o seis años, llevo la mochila a la espalda, oigo los gritos de mi madre a mi espalda” no corras” y como buena madre que sabe todo lo que va a hacer su hijo me caigo y dejo maltrechas mis rodillas; mi madre corre a consolarme aunque mi llanto ahora mismo no tiene consuelo; de pronto estoy en el instituto, bajamos las escaleras a toda prisa, nuestra risa nos delata, nos la ganamos seguro aunque con un poco de suerte llegaremos a la calle y nos vamos a librar de la clase de lengua, que un viernes a última hora es un puñetero tostón; ¿y ahora? Anda, mis primeras vacaciones , esa puesta de sol que te hace creer que el mundo es maravilloso, con el sonido de las olas a tu espalda que te mecen en la dulzura del atardecer, una gran lengua de blanca y fina arena a la que no quieres renunciar nunca, otro mundo de agua aunque esta vez es liso y plano como un espejo en el que no dejarías de mirarte y al fin ese maravilloso Sol que con sus rayos finales mantiene todo mi cuerpo caliente y relajado sin otra preocupación de volver aquí mañana para repetir el mismo guion que hoy.
Pero…oiga!!!! ¿Cómo que se ha hecho todo lo que se ha podido? ¿De quién están hablando? ¿No se referirán a mí? Os oigo hablar, que si lo hemos luchado más de media hora, ¿Qué son esas palabrejas que suenan más a alquimistas medievales que a personas del siglo XXI? Están diciendo que mi familia está ahí fuera, que tienen que salir a hablar con ellos, a decírselo, ¿Qué le vais a decir? No asustadlos, ahora cuando pueda hablar ya se lo digo yo, ya no me duele nada, esta sensación de malestar me ha desaparecido y estoy perfectamente, es más, estoy mejor que hace mucho tiempo, no recuerdo ni siquiera cuando fue la última vez que tuve tanta paz en mi cuerpo. Debo de estar ya bien, me han quitado el tubo trasparente del brazo, ese que si no recuerdo mal ya tenía cuando me sacaron de casa, y todo lo que había por mi cabeza también ha desaparecido, aunque sigo sin entender porque no intentan decirme a mí las cosas, imagino que no quieren que me asuste.
Esto va peor de lo q yo creo, solo me quedan tres cables sobre mi pecho, tres cables que me retienen a un pesado aparato, el cual está cerca de mí pero ahora inerte, apenas emite un ligero zumbido monótono y desalentador. No termino de creérmelo, no me hacen ni caso, han lavado mi cara y mis manos, y parece que debe hacer frio, pues me están tapando. A cada minuto que pasa los que están a mí alrededor van desapareciendo poco a poco. Dos de amarillo ya han marchado y de los blancos quedan tres o cuatro, uno de ellos escribe en el ordenador con una velocidad que yo nunca soñé en poder alcanzar, otra chica anda por allí preguntando quien va a salir. Salir, ¿salir a dónde? Si no puedo ni hablar, donde voy a ir. He oído el nombre de mi hermana por megafonía, bueno, no voy a engañar a nadie, más bien lo he sentido. ¿Cómo puedo saber que ella está al otro lado de este viejo y gris biombo? Me gustaría poder decirle que estoy aquí, cerca de ella y que pronto volveré a casa, a oír de nuevo sus consejos y a reír con toda esa lista que va haciendo de todos los caprichos que nos vamos a dar en los próximos meses.

Oigan, escúchenme! No soporto esa tela sobre la cara, quitádmela y explicadme que ha pasado, nunca he sido muy hábil, pero sí lo suficiente inteligente como para poder aclarar mis  ideas y preguntar qué debo hacer para que no me den más veces esos mareos, yo prometo hacer todo lo que me digáis, cumpliré al pie de la letra todas vuestras premisas, pero por favor, necesito mi espacio, me agobio, ¡me agobio!, ufff, intento gritar pero mis pulmones no exhalan ni un poco de aire, que me está pasando, y esto que me han puesto sobre la cara es como si fuese una manta de acero, no se separa de mi boca, estoy fatal, no…no, no puede ser, me han abandonado a mi suerte, no se dan cuenta de que yo estoy aquí, sigo aquí, no puedo explicarlo, pero yo sigo aquí.
Ya han pasado más de veinte minutos desde que me sepultaron bajo esta sabana, que en otro momento era ligera cual mariposa corre por esos campos verdes por los que me gusta pasear, pero para mí ahora es un bloque de cemento del que no me puedo desprender. Y aun así siguen cerca de mí, no se han ido, algo debe pasar porque no terminan de marcharse. Ya me han tocado el cuello varias veces, cada vez que se acercan corren esa estúpida puerta que tapa mi cara e inmediatamente la vuelven a dejar caer sobre mí. Es ahora o nunca, sé que me queda una última oportunidad. Un escalofrío ha recorrido mi cuerpo, o por lo menos, lo poco que aun siento de él, y sé que mi hermana, mi pequeña Blanca, sigue rota en sollozos y preparándose para una noticia que nunca deberían darle. Yo puedo, debo hacerlo y es mi obligación intentarlo, antes de estas luces brillantes empiecen a amarillear y se conviertan en la más absoluta oscuridad.
-¡Carlos ven!- espeta el hombre del pelo blanco con voz autoritaria y rictus tenso.
-Voy que estoy lavándome las manos-responde  ese compañero de fatigas y vivencias, con tantas noches en vela y demasiadas muescas en su corazón,  aunque sumará otra más que  va a dejar durante unos días un mal sabor de boca por ese desconocido que no ha podido quedarse entre nosotros.
-Ven ya, no tardes y mira- al mismo tiempo que levanta la sabana sobre el cuerpo que yace sobre esa camilla que tanta sangre ha visto correr, en otras ocasiones,  hacia el suelo.
Los ojos se le salen de las orbitas, solo acierta a mascullar “no es posible, no es posible” e inmediatamente echa mano a una caja de cartón que hay junto a la cabecera de la cama.
-¡Dicen los libros que cuando una persona respira es que está viva! – Carlos apenas  vuelve en sí, ya ha pulsado un timbre que parece ensordecedor y se vuelve a llenar la sala de gente, todos corren, otro pregunta que ha pasado, que habéis hecho ¿no habías dicho que estaba  muerto?

¿Muerto? ¿Ha dicho muerto? Algunos profieren blasfemias irrepetibles, otro ha retirado esa pesada carga que me cubría. Yo nunca he estado muerto, estaba aquí pero vosotros no os dabais cuenta, yo no me puedo ir así. Mi esfuerzo ha valido la pena, ahora si me hacen caso, están todos aquí, mi pecho se levanta con fuerza y todos me miran con la extrañeza del que se asoma a un precipicio del que imagina que no podrá huir. Mi cabeza sigue confusa, no sé muy bien que me ha pasado, apenas recuerdo que estaba en mi sofá, ese sobre el que no se si volveré a tumbarme, ese que ha sido mi fiel compañero en tantas horas de agria soledad.



Ha pasado mucha gente, no sé si es de día o es de noche, la quietud ha vuelto sobre mí, no me duele nada, no siento nada, pero otra vez ese silencio se ha adueñado de mí. No ha podido ser, mis intentos por comunicarme son en vano, nada me une ya a este mundo, sé que debo partir, realmente me fui hace muchos días, cuando mi pequeña Blanca me estaba preparando  ese vaso de agua que nunca llegué a tomar. Todo se acabó allí, lo he entendido, yo ya partí. Mi desgastado cuerpo se negaba a marchar, aunque todo esfuerzo es ya inútil. Morí en el mismo momento que dejé de sentir dolor, ese momento en que pasé a ser ligero como el viento que me daba en la cara cuando podía pasear por el campo, ese campo verde y agradecido que tanto me gustaba. Ahora he marchado, a otro sitio, un lugar que no tiene color.
No sé si me va a gustar pero ya no hay marcha atrás. La luz brillante se apagó, y voy a un sitio desconocido.


día del libro 2020