Savia
fresca.
“tú duerme todo lo que puedas que mañana hay lío seguro”.
Nene, cállate ya, que con la que nos está cayendo y tu vienes
a liarnos la cabeza aún más.
Me niego, los hábitos están para cumplirlos, pero un oscuro
presentimiento rondaba por mi cabeza, sin llegar a tener la certeza de lo que
va a suceder, pero si con un gusanillo en la boca del estómago que apenas te
deja descansar el cuerpo en los ratos que puedes tener libres.
Todo es como de costumbre en estos últimos años, salvo por
estas mascarillas y gafas que nos protegen del negro bicho.
Avisos más engorrosos, preguntas previas antes de entrar en
las casas, un termómetro que se ha convertido en una nueva extensión de tu cuerpo,
que llega al paciente antes de que apenas hagas una inspiración dentro del
domicilio. Esperas el resultado como si sirviese de mucho, pero es la primera
barrera que desbloquea tu cuerpo para acercarte a nuestro paciente. Se ha
convertido en otra rutina más, eso sí, la primera de las muchas que haces cada
vez que coges una dirección para encaminarte a tu aviso.
Como acababa de empezar a decir, la costumbre es hacer un
servicio tras otro (“duerme, duerme” sigue resonando en mi cabeza), sin apenas
tiempo para un café, comiendo a la hora que se pueda, engullendo un pequeño
bocata entre el trayecto de un servicio a otro, para evitar desfallecer, y así
pasaron los minutos y las horas de este día, en el que es de recibo decir que
después de comer tuvimos un ratito de paz.
Y el nuevo lo volvió a decir “siempre la hacéis, antes o
después la liais en la guardia”. Ya no le protesto, está creciendo, como persona y
como profesional.
Enseguida se ve a quien le gusta el mundillo de la ambulancia
y a quien no. Claro, que no es una ambulancia más, en el interior de esta
furgoneta se viven momentos de máxima tensión, que pueden hacer inclinar a
Damocles para el lado correcto esa espada maldita que nos persigue con cierta
frecuencia. Ahí estamos nosotros, intentando poner un escudo a la amenaza del
frio acero que siempre está dispuesto a llevarse por delante a quien se pueda
cruzar en su camino.
No le digo nada, si le intento rebatir, sé a ciencia cierta
que volverá a la carga con sus agoreros pronósticos. Mi interior me dice que es
mejor callar, son muchos años de batallas, muchos avisos, muchas muescas sobre
nuestras espaldas y lo que todos sabemos, que en cualquier momento podemos
marcar otra más.
Llevamos ya dos duchas en esta guardia, trajes de plástico impermeables,
que nos aíslan de caer enfermos, de contagiarnos, de contagiar después en casa
a nuestros pequeños. Una cena rápida, un repaso mental a lo que hemos hecho en
los avisos de hoy y puesta en común con los demás, para ver cómo podemos
mejorar.
Es difícil mantener mucha distancia durante toda la guardia,
hemos tomado distintas medidas de seguridad para evitar un posible contagio
entre nosotros, pero el nuevo no pierde la sonrisa. En poco tiempo ha cogido el
aire al servicio, se mueve con soltura y tiene desparpajo. Me recuerda a
alguien, a uno que empezaba igual hace más de veinte años. Es una eternidad,
eran tiempos que no había móviles y el acceso a internet era muy escaso, no se
podían buscar herramientas y soluciones como hoy. Todo lo teníamos que aprender
sobre el terreno, zona insegura y que en cualquier momento podías resbalar.
Pero tiene esa mirada de los que ansían un “fregao”, que esperan que la
adrenalina les dé un chute de vitalidad, de luchar contra el final no deseado. Sentimientos
no desconocidos, pero que los años y las arrugas han hecho que no se ansíen de
esta manera.
La noche ya ha bajado la persiana, la oscuridad; unido a que
todo el mundo está obligado a permanecer en casa dan un aspecto fantasmagórico
a las ciudades, ciudades del sur, bulliciosas en todo momento, pero
especialmente en estas fechas que permiten hacer vida en las calles por la
bondad del termómetro. Da escalofrío asomarse a este balcón y verlo todo
desierto, y aun mas, observar las miradas de miedo de los pocos que salen a
recibirnos a la calle, miedo a lo desconocido, miedo a la enfermedad. Ahora
somos algo menos personas, más autómatas, embutidos en nuestra coraza blanca,
fuerte ante lo invisible, pero que debilita nuestro corazón y nuestro ánimo,
estando al lado, pero ciertamente más lejos de nuestros pacientes.
Timbrazo, el móvil te saca de tus pensamientos, que en estos
momentos viajan por las imágenes de la familia, momentos antes de irse a la
cama, preparándose para un nuevo día, monótono y enclaustrado, con la
obligación de no salir de casa.
Aún no ha cogido la dirección y ya ha abierto los ojos como
platos, rictus a medias entre la tensión y la felicidad. Uf, no me gusta nada,
nos busca con la mirada, gira el cuello, señala la puerta, no tiene que
contarnos nada, el aviso que lleva esperando desde que empezó la guardia ya
está aquí.
Sudas; mucho. La bata impermeable te está haciendo muy
difícil trabajar. Has decidido entrar sin el mono entero, el tiempo puede ser
esencial y ponerte ese traje implica que el paciente no tendría ninguna opción,
así que te arriesgas a ver qué pasa, si puede haber bicho o no.
Te escuecen los ojos, bajo ningún concepto te puedes frotar
la cara, las gafas están empañadas y te esfuerzas en ver, aunque sea por las
esquinas.
Sus brazos están rígidos, forman ángulo recto con el suelo, y
el pecho del paciente está recibiendo esas compresiones rítmicas, rápidas que
hacen la función de un corazón agotado. No se queja, sigue machacando sin
descanso. Sabe con quién se juega las habichuelas, aquí hay dos partidas simultaneas,
la primera contra la muerte, cruel y caprichosa, que nunca deja de asomarse a
buscar a quien llevarse. La segunda contra sí mismo, aun no siente dolor, pero
necesitará un relevo más pronto que tarde. Pero no va decir nada, los otros del
equipo hacemos lo que nos toca, aunque la situación se volvió muy tensa al
encender ese aparato zumbón que en muchas ocasiones certifica lo que las
familias ya se imaginan.
Ciento y pico de kilos de carne inerte yacen ahora sobre el
suelo, cuerpo y vida que cinco minutos antes deambulaban por su casa, veían la
televisión y de pronto han empezado a sentirse mal. Lo demás lo podemos
imaginar, una llamada a urgencias, otra llamada a nosotros, un vehículo grande,
pesado y amarillo que zigzaguea por las estrechas calles de la parte vieja de
esta ciudad, nunca he podido entender como mis compañeros son capaces de entrar
por estas calles con tanta premura y a esa velocidad.
El termómetro no marcó fiebre, pero sabemos que no nos sirve,
no hay mucho tiempo para pararse a buscar más pistas, más de las que nos pueden
dar el primer vistazo a esa habitación. Automáticamente abres la ventana y te
fijas que los movimientos de su boca son inútiles, no entra aire a sus
pulmones. Joder, piensas rápido, necesitaremos espacio, hay que ponerlo donde podamos
trabajar.
“señora, señora” intentas conseguir algún dato de la mujer
que coge la mano de este desafortunado, que se encamina a irse por última vez.
La mujer balbucea, apenas emite sonidos, el nerviosismo se adueña de ella, es
incapaz de decirnos nada. Tendremos que decidir, no sabemos lo que podía tener
antes, sabemos lo que le está pasando ahora mismo.
..y tres!!!! Lo tenemos en el suelo, entre la cama y el
armario, imposible entrar ahí para empezar con todo ese mundo de maniobras y drogas
que determinaran en menos de diez minutos si el pobre desgraciado se va o se
queda en este mundo. Solo he tenido que mirar al novato, ya sabe lo que vamos a
hacer, lo hemos hecho otras veces y aquí no caben delicadezas. En unos segundos
tenemos la cama en posición vertical y apoyada en la ventana, acabamos de
conseguir un metro, un espacio suficiente para que los tres que vamos de
amarillo podamos luchar contra el infortunio.
Va a ser todo muy jodido (duerme, duerme escucho en mis
oídos), a lo difícil que suele ser esta situación se unen más detalles que lo
complican todo, y no solo esa inmensa humanidad complica de forma exponencial
el poder obligarle a respirar, hay que tener muchísimo cuidado, el bicho esta
suelto y sin control, por lo que las siguientes victimas podríamos estar en
esta misma habitación.
Apenas puedo ver, la
mascarilla ha empañado mis gafas, pero siento la respiración a mi espalda.
Nuestro refuerzo ha llegado, cargado con un tubo cilíndrico en forma de bombona
de oxígeno. Todos sumamos, las drogas y el oxígeno se unen a esa lucha titánica
por rescatar de la muerte a una persona que hace menos de cinco minutos no
habíamos visto nunca. El recién llegado toma el relevo al novato, pero este no
se va a alejar, que va, sigue con la faena y empieza a prepararse para el
siguiente ciclo, ciclos de lucha por la vida.
¿de que padece tu padre? preguntamos al joven que acaba de
entrar por la puerta, que se debate entre el llanto y el estupor al reconocer a
su padre en una lucha titánica. Apenas conseguimos entender que llevaba unos
días que se desplomaba de pronto, pero no había ido a ningún sitio por la
situación que vivimos. Hay que ponerle en situación, apenas quedan unos minutos
para que la balanza del destino decida si que queda o se marcha, así que lo
mejor es ser directo, puesto que está en la habitación y está viendo la
realidad.
Luchamos por tu padre,
por su vida, porque no acabe así, sin poder despedirse como todos deberíamos
poder hacerlo.
Se hace un hueco entre nosotros, intenta no estorbar, pero
quiere tocarlo, le coge la mano, no habla, pero agarra con fuerza los fríos
dedos que han empezado a tornarse morados.
Han pasado diez minutos, un mundo para esta situación, hay
que empezar a preparar a la abuela, que sepa que su marido, con el que lleva
desde que tiene memoria está empezando a decir adiós.
No paramos, los cuatro seguimos haciendo lo que nos toca, las
maquinas hacen su función, la escena está bajo control salvo por ese reloj que
avanza inflexible hacia el trágico final. Instintivamente nos preparamos, nunca
es un trago dulce decirle a una persona que su marido o su padre ha fallecido.
Aun así, cumplimos fielmente nuestro cometido: drogas, oxígeno y compresiones,
no vamos a robarle ni un ápice de sus posibilidades de vivir. Exprimiremos las
opciones de la ciencia y de nuestras capacidades.
“Para un momento”, con tono serio le dice el que está en la
cabeza del paciente a nuestro joven compañero, que seguía rítmicamente sin
decaer en sustituir a esa bomba de músculos que es el corazón.
No quiero mirar, casi quince minutos de esfuerzo máximo,
dando todo lo que teníamos dentro, con la sensación de que nos hemos regado
dentro de nuestras corazas impermeables.
“Si, tiene latido”
Por fin me he quitado la bata, ahora mismo ninguno estamos
cansado, aún nos quedan suficientes endorfinas en el cuerpo para notar
agotamiento. Atrás queda la lucha titánica por no dejar marcharse a ese
desconocido para nosotros, pero perfectamente reconocible para los suyos. Ni
siquiera el esfuerzo físico de llevar desde el frio suelo de su habitación
hasta la habitación blanca y muy bien iluminada del hospital nos ha pasado aun
factura. Mañana, mañana será otro día. Mañana va a doler todo.
No habla, pero su cara de satisfacción lo dice todo. Sería
fácil para él decirnos “os lo dije”, pero se mantiene callado. Su cara es
suficiente para que sepamos lo que piensa, ni siquiera es una sonrisa, pero la
alegría de sus ojos lo dice todo. Está contento, sabe lo útiles que hemos sido,
lo importante que fue todo lo que hicimos en la ultima hora para evitar el triste
desenlace.
Ninguno sabemos que pasará con nuestro paciente, pero ahora
mismo para nosotros no es lo más importante. El nuevo está feliz, le gusta este
trabajo y si encima consigues llevar a buen puerto estos marrones, la sensación
de bienestar le cala hasta los huesos.
Nosotros que llevamos más años podremos contar otra batallita
más a los que van llegando, pero al igual que el primer día seguimos
sintiéndonos orgullosos de estar donde estamos, salga bien el aviso o no, solo
por la sensación del trabajo bien hecho. Mañana dormiré más a gusto.
El nuevo no merece que siga llamándolo así, ya es uno más del
equipo.
Murcia, junio 2020. Ha pasado
lo peor del primer golpe del covid.
Aquí no ha sido demasiado severo, pero todas
las medidas de precaución aumentan la dificultad de trabajar en los marrones.
El paciente falleció a los 4
días, no por ello se nos pasara la sensación del trabajo bien hecho ese día.
Dedicado a un amigo. Él sabe
que ya no es el nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario